María del Carmen Hernández Espinosa de los Monteros
(1828-1894) nació en el seno de una familia terrateniente, hija de José
Hernández Guerrero (1805-1870) y de María del Carmen Espinosa de los Monteros y
Burgos, emparentada ésta con la familia Burgos de Motril, dedicada a la
explotación del azúcar y dueña de ingenios y fábricas azucareras, que
inmortalizó su apellido a raíz del político, pensador y escritor Javier de
Burgos, el primer Ministro de Fomento de la Historia de España y responsable de
la división territorial de España en provincias.
Caballería española del siglo XIX, lienzo de Augusto Ferrer Dalmau
No tuvo una adolescencia fácil, puesto que se queda
huérfana a los pocos años soportando a un padre tiránico del que rehuirá a la
primera ocasión que tenga, para no volver a verlo jamás. Y esa primera ocasión
le llegó en su Motril natal, cuando se cruza en su vida un capitán de
caballería del que pronto se enamora. Tenía él 16 años más que la joven María
Hernández, que da el sí quiero ante la Virgen de la Cabeza, previo haber leído
“los dichos en la Parroquial de la Encarnación”, un 26 de febrero de 1846. Era
una jovencita de 18 años que seguirá los pasos de su marido allá donde es
enviado, hasta que voluntariamente y mucho antes de lo que le correspondía, el
capitán decide pasar a la reserva activa justo al término de la Guerra de
Marruecos (1860). Ascendido inmediatamente al grado de Comandante, el
matrimonio y el único hijo que tuvieron, se traslada a Madrid en donde el
militar (que había nacido en la provincia de Ciudad Real) tiene familia. Allí
le sobreviene a José de Heredia la muerte por un cáncer de lengua, a los 60
años un 24 de enero de 1873, dejando viuda a nuestra motrileña.
"Batalla de Tetuán". Dionisio Fierros Álvarez (1894)
Fue comandada por el General O`Donnel.
Quiso el destino que la viuda fuera invitada a un acto
organizado por el Partido Liberal para
atraer a la causa de la Restauración Borbónica a las clases sociales más
distinguidas. En calidad de viuda de un oficial que luchó junto a O`Donnel, fue
llamada a la fiesta doña María. Y en la fiesta habría de ver por vez primera a Juan
Manuel de Manzanedo y González de la Teja (1803-1882), entonces Marqués de
Manzanedo y uno de los más importantes y ricos españoles de la época, al poco,
Duque de Santoña, Grande de España, Gentilhombre de Su Majestad y, aunque ya lo
hayamos dicho, rico, muy, muy rico.
Salón Turco del Palacio de Santoña, dedicado como "sala de fumadores".
Juan Manuel y doña María estaban ambos viudos. La única
hija de él vivía entonces en París y el hijo (José) de la motrileña, hacía
tiempo que había formado su propia familia, de manera que solos y en edades
comprometidas, más el marqués que doña María, decidieron casarse. No le duró la
viudedad a nuestra protagonista ni 11 meses. Poco antes de darse el sí quiero,
María le pidió como regalo de bodas al futuro esposo que comprara el Palacio de
los Goyeneche de la Calle del Príncipe y de la Calle Huertas de Madrid. No
tenía que haber mucho problema, porque una vez satisfecho el deseo, Juan Manuel
declaró una fortuna de casi 140 millones de reales en efectivo, a lo que
habríamos de sumar las propiedades muebles e inmuebles. Y así, llegó el gran
día: el 18 de diciembre de 1873, en la Iglesia Parroquial de San Sebastián de
Madrid, María del Carmen Hernández se casaría con Juan Manuel de Manzanedo, convirtiéndose
en la marquesa y al poco, en la Duquesa de Santoña como desde ahora la
conoceremos. Tenía él en el momento de la boda 70 años (era incluso mayor que
el padre de María Hernández) y ella 45 años.
El Duque de Santoña, grabado de 1876.
Juan Manuel fue un visionario que como tantos otros
españoles, probó fortuna en las Indias y no le fue mal. Su figura es digna de
estudio. Con apenas 20 años, llegó a Cuba en medio de las revueltas
independentistas que acabarían con el Imperio Español y, de ser un simple
sirviente, acabó dedicándose a actividades financieras y a la trata de
esclavos. Cuando regresa a España en 1842, se trae consigo una inmensa fortuna que
superaba los 50 millones de reales y el deseo de dedicarse a vivir de esas
rentas en Madrid. De origen cántabro, se establece en 1845 en la Capital del
Reino para dedicarse desde entonces a la especulación urbanística que terminaría
por concederle todavía más dinero.
Mientras formaba parte del selecto grupo de españoles que
desarrollaron el nuevo urbanismo madrileño (como el Marqués de Cubas o el de
Salamanca), se interesó por la política. Era ya entonces banquero cuando entra
a formar parte del partido del General Leopoldo O`Donnell, que terminaría
siendo Presidente del Gobierno. En el seno de la Unión Liberal, fue un partidario
y seguidor de Isabel II, que le concedería en 1864 el título de Marqués de
Manzanedo y al fin, su hijo Alfonso XII, el título de Duque de Santoña en 1875.
A fin de cuentas, había sido uno de los más activos partidarios de la
restauración borbónica, financiando de su bolsillo la “operación” que habría de
devolver el trono a los Borbones.
La Puerta del Sol en 1870
El Duque se movía como pez en el agua en cuestiones
urbanísticas y de la construcción. De hecho, la Puerta del Sol de Madrid toma
la configuración actual gracias a su intervención, ya que el de Santoña
construyó toda la parte de casas frente a la que fue Casa de Correos (Comunidad
de Madrid). Se jactaba de aquella operación en las reuniones sociales viniendo
a decir que: “la Puerta del Sol es el patio de mi casa”. Tuvo nuestro hombre
tiempo para ser armador, fundador del Banco Hispano, del Banco de Santander y
colaborar activamente con la todopoderosa Banca Rothschild.
Habíamos dicho que lo primero que hace doña María es
pedirle al futuro esposo un regalo de boda, el Palacio Goyeneche, con entrada
por la Calle Huertas de Madrid pero con fachadas a varias calles como la del
Príncipe. El caso es que el Palacio era (y es) una soberbia construcción. Lo
había levantado Juan Francisco de Goyeneche, nada menos que el banquero
personal del Rey Felipe V. Le encargó la obra al fabuloso José de Churriguera
que muere justo cuando tiene los planos acometidos, así que lo comienza en 1731
su discípulo Pedro de Ribera (1681-1742). Pero en cuanto la futura Duquesa pone
los ojos en él, comenzarán las transformaciones que lo harían uno de los
edificios más lujosos de Madrid. La reforma es del arquitecto Antonio Ruiz de
Salces (1820-1892), que respeta el aspecto del barroco castellano y realiza los
cambios al antojo de María Hernández.
Bóveda del Salón de Bailes del Palacio de Santoña
El interior se fue llenando de un exotismo desconocido;
el gusto por lo oriental tenía subyugados hasta a la mismísima Casa Real y las
paredes y techos se cubrieron con frescos y pinturas de Francisco Sans Cabot
(1828-1881), con alusiones a Santoña, cuna del Duque, una alegoría de las
cuatro estaciones y óleos alusivos al comercio y a la industria, que tanto
provecho y fortuna le dieron a don Juan Manuel. Los techos los realizó Manuel
Domínguez, que puso su arte al servicio del Salón de Fiestas, concebido como un
Salón Pompeyano con techos neorrenacentistas, medallones con artistas del
Cuattrocento y detalles de las artes. Al exterior, un mirador preparado para
albergar fiestas al aire, estaba dominado La Rotonda, toda de mármoles con
pinturas de Plácido Francés y Pascual (1834-1902).
Techos de la escalera principal del Palacio de Santoña
Cuando murió el Duque y antes del regreso desde Cuba de
su legítima heredera, su hija, doña María vivirá un trágico momento: la
hijastra la acusa de apropiación indebida de la herencia paterna y la denuncia.
El pleito durará diez años y doña María un calvario hasta casi el día de su
muerte. Vio cómo sus propios abogados la traicionaban, los administradores de
la fortuna de su marido se conchababan con la hija del difunto y al fin, en
1893, arruinada y desmoralizada, una sentencia falla en su contra y le obliga a
abandonar el Palacio, además de injustamente, privarla de cuanto le había
dejado el Duque.
José Canalejas instigó para conseguir el Palacio de doña María Hernández
Había sido víctima de un complot en el que participaría
hasta el mismísimo José Canalejas (1854-1912), por aquel entonces Ministro pero
que llegaría a ser Presidente del Gobierno y que consiguió una expropiación del
Palacio de Santoña que se quedó para sí y en donde vivió hasta la muerte. La
Duquesa iba a ver cómo la hija de su difunto marido la iba desposeyendo de
todo, cómo compraba las voluntades de jueces y abogados que poco a poco esquilmaban
a doña María. Ella, que desde la muerte de su único hijo, había tenido que
hacerse cargo de sus tres nietas. Ella, que había formado parte del matrimonio
más poderoso y solvente de la España del momento. Ella, una benefactora volcada
en la caridad y recompensada así.
A lo largo de su vida, hizo algo más que vivir holgada y opulentamente. Fundó la primera destilería de alcohol del sur de España que llamó "Las tres hermanas en honor a sus nietas, que estuvieron a su cargo por el fallecimiento del padre de éstas, José, su único hijo. En 1873 adquirió el Balneario de Lanjarón y pronto lleva a cabo una ampliación y la instalación de
baños termales que lo convirtieron en uno de los destinos turístico-sanitaros
más importantes en España, con reconocimientos y medallas de oro en Amberes o
París y que en aquel momento fue el lugar de veraneo de la burguesía
andaluza.
Pero si algo inmortalizó su figura y la ha catapultado al reconocimiento post mortem es su ahínco y dedicación por fundar, costear y sostener un Hospital dedicado exclusivamente a los niños enfermos. Gracias a sus desvelos, nació en 1877 el Hospital del Niño Jesús de Madrid en terrenos de su propiedad y bajo su propio pecunio que con el tiempo, se convertiría en un pionero de la pediatría europea y que sigue hoy día funcionando en Madrid.
Fotografía del retrato que Federico Madrazo le hizo a la Duquesa en 1873
y que se conserva en el Museo de Álava.
Al fin, a las tres menos cuarto de la tarde del 14 de
octubre de 1894, con 66 años de edad, en su domicilio modesto, sencillo y frío
de la Calle Olózaga de Madrid, que habitaba desde hacía un año con sus nietas
en el 2º piso de un sencillo bloque, le vino la muerte por un fallo cardiaco.
La lesión valvular probablemente fue producto de los diez años agónicos que
tuvo que experimentar; había sido la fundadora del primer hospital para niños
de Europa, que costeó de su propia economía. Fundó una fábrica alcoholera en
Motril, la primera dedicada a la destilación de alcohol de todo el sur de
España. Pionera, caritativa y preocupada por los males de la sociedad que le
tocó vivir, disfrutó apenas siete años de los lujos que le trajo su segundo
matrimonio, para después experimentar un calvario que dio con ella en la
sencillez casi insultante del Cementerio de San Isidro de Madrid. Allí sigue
descansando eternamente la aristócrata motrileña.
Carta de pésame recibida por la Duquesa a la
muerte del Duque de Santoña. Literalmente, dice: “Expresándole sus condolencias
por la muerte del Duque su marido, habiéndose enterado por Manuel Silvela, le
acompañamos en el dolor y mi mujer la Marquesa de Loring le presenta su sentido
pésame.
Del gusto de la Duquesa por las joyas sabemos bastante y
la foto de arriba prueba su "pasión coleccionista". Un joyero
madrileño le envía una nota descriptiva de un collar que tiene en venta, por si
pudiera interesarle La carta del joyero ofreciendo a la Duquesa de Santoña,
un collar de brillantes, dice textualmente: “Se compone de piedras grandes circundadas de
otras menores” y un abanico de gemas cuyos exteriores son de oro colado y
montado en perlas y brillantes. Año 1877, en Madrid”.
Una sobresaliente mujer con una vida digna de ser llevada al cine.
7 comentarios:
Muy interesante, tengo que reconocer que no conocía la existencia de la Duquesa. Una prueba más de lo poco que los motrileños conocerlos Motril, o a nuestros motrileños ilustres. Gracias por la entrada!
Está enterrada en un sencillo nicho en el cementerio de San Isidro de Madrid
Está enterrada en un sencillo nicho en el cementerio de San Isidro de Madrid
Está enterrada en un sencillo nicho en el cementerio de San Isidro de Madrid
Excelente texto. Gracias
Interesante sería saber más de ese personaje, que pasa por ser un liberal, de Canalejas. Alguien con un comportamiento deleznable, q no aparece como tal en su biografía.
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