martes, 9 de noviembre de 2010

La traición de los convertidos

Atardecía ese 3 de diciembre de 1507 sobre las aguas que rodeaban a la alquería de Trafalcasis (Torrenueva). Acababan de llegar de la mar los hombres que fueron a capturar algo de pesca. Sólo aquellos que debían controlar el paso de las aguas de la acequia por sus lindes y caminos, quedaban en la vega, y en especial aquellos que controlaban las fanegas de trigo propiedad del Castillo. En Motril, la pequeña y provisional campana de Santiago, acababa de marcar las 5 de la tarde. En unas horas, todos acabarían por irse a dormir, al refugio del calor desprendido por los avíos de la cocina, donde había bullido la cena, apunto de ingerirse.

Tranquilidad en un mes de diciembre desapacible y frío, y última y escueta ronda de los hombres del alguacilazgo por las calles. Gonzalo rodeaba los muros de la Puerta de Castill, desvencijados y a duras penas erguidos sobre sí. Pensó para sus adentros que tampoco era enorme la necesidad de proteger la población, mermada hasta la saciedad después de que en los últimos meses, el traidor Hernando de Castilla, hubiera mandado a sus hermanos de fe norteafricanos a sembrar el miedo y llevarse un buen número de cristianos nuevos a las costas de Berbería.

De repente un enorme bullicio, descontrolado, ruidoso, amenazante... Caballerías al galope con dirección a Motril. Desde la Carquifa (Cerro de la Virgen) se han visto luces de alarma provenientes de Trafalcasis. Un alertador llega más fatigado y nervioso que su montura: los moros, a bordo de nueve fustas, ligeras embarcaciones, han tomado por sorpresa la costa y desde la alquería de poniente vienen prendiendo fuego a cosechas e incendiando cuanto a su paso encuentran.

La población se despierta con el toque de rebato. Salen de sus casas los corregidores, la escueta e insignificante soldadesca que habrá de enfrentarse a un centenar y medio de berberiscos sedientos de sangre. ¡Una vez más! Reparten armas y empiezan a mover baterías dirección a la Puerta de Castill. Pero... pero...

Sí, los mismos que han tenido el poder, los beneficiados por los Reyes Católicos, en estos que han confiado los motrileños, Lorenzo de Chacón, Pedro de Miranda y (no puede ser; ¡si es el huidizo Antón Maoli!) tantos otros, se rebelan contra los cristianos. Empiezan a arder las casa de los cristianos viejos. Las llamas consumen viviendas, pertenencias y ánimos. Mujeres, niños e impedidos han buscado asilo en la Iglesia de Santiago. Dentro, el cura intenta imponer la voz de sus rezos al coro de llantos y suspiros consumidos en miedo de los refugiados.

El Ayuntamiento acaba de ser incendiado. Perseguían un fin, y lo han logrado. Están reduciendo a cenizas el Arca de las Capitulaciones que hace siete años dieran sus mercedes los Reyes de España. El siguiente paso es abolir las normas de Castilla, las reglas jurídicas y cívicas del nuevo orden que por espacio de casi 20 años llevan intentando los cristianos asentar en Motril. Arde la casa del escribano público, los acuerdos, protocolos, actas notariales, archivos de propiedades...

El edificio que fuera del cadí, hoy del Alguacil, ha quedado reducido a cenizas. Igual que tantos otros edificios. La noche es larga y llena de tribulaciones. Han perdido la vida los que se han atrevido a defender la legalidad de Castilla frente a estos musulmanes que no olvidan aún, que perdieron una guerra y decidieron exiliarse. Pero la verdad, la mayoría, sino todos los atacantes, jamás nacieron en suelo de al-Andalus; no son más que alentados jóvenes que buscan en esta pequeña yihad un paraíso prometido por el más conservador y extremista de los malekismos del Islam: el de los imanes de Marruecos.

Con las primeras luces del día. Motril se ha quedado sin las tres cuartas partes de su población. La mayoría, se ha ido al norte de África. Otros pocos, han perdido la vida en la defensa de la villa. Desde el Castillo de Salobreña, alertados por los fuegos que no han cesado de arder toda la noche, llegan unos pocos soldados al mando de Floristán de Salamanca. Al conocer lo sucedido, marcha en pos de los atacantes, con más tropas de las que Iñigo de Mendoza adiestró para la defensa de esta costa, pero que de nada ha servido. Los berberiscos ya han embarcado más allá de Trafalcasis, rumbo a Castell (huyeron por Carchuna).

Traición, sangre, odio. Motril, no termina de encontrar la paz.

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