jueves, 11 de noviembre de 2010

Motril y la corona

Aquel dos de marzo, Juana, última representante de la estirpe de los Trastámara, reina por pleno derecho a pesar de los desmanes de su padre, que de ser figura crucial en todo el Occidente se había convertido en un personaje ávido de poder, recibía de manos de Luís Ferrer los documentos que, una vez estampada su firma, como Señora de Castilla y de León, del Nuevo Mundo y de las posesiones imperiales heredadas para su hijo de su suegro Maximiliano, harían buen favor a un Motril deshabitado, castigado por la sangría que producían los berberiscos y esqueleto auténtico de lo que fue años atrás.

115 familias de repobladores llegaban con mercedes, liberaciones y privilegios a asentarse en la villa. Juana, la mal llamada loca, sentaba el precedente de los favores reales que habrían de llegar, en este pequeño paréntesis de paz, tras el fortuito y dañino ataque de unos años antes. Su padre y regente de los territorios hispanos, Fernando (cada vez menos católico), mandaba arreglar y mantener un año después, en 1511, la Acequia que hacía próspera y fértil como pocas a la vega motrileña. Y desde Tordesillas, prisión iracunda de la Reina Juana, o desde las tierras de Aragón, pasando por la verdadera corte real, regida por el Cardenal Cisneros, Motril vio entre 1511 y 1513 como se le “ayudaba” en el intento de cortar la sangría de habitantes y sumar nuevos vecinos a sus tierras.

La villa contó con gente de guerra para su defensa, se le otorgó la gracia de no tener por qué alojar a gente de guerra, de disponer de sus rentas sin dar cuentas a Granada, construir una torre de vigilancia en el Varadero, y hasta recibió una generosa partida de dinero enviada por el Conde de Tendilla para construir la torre de Trafalcasis.

Corría el 10 de febrero de 1512 cuando en aquella mañana fría de Burgos, el rey Fernando quiso saber cómo se desarrollaban las obras de la nueva muralla defensiva de Motril, que desde el borde de la acequia, subía hasta encontrarse con la puerta de Castill de Ferro (donde se izaba la Iglesia de Santiago, que había dejado de ser Parroquia), extendiéndose hasta el arrabal del Curucho, y atravesando la calle de las Tahonas, bordear el cementerio parroquial y dar con sus muros a parar en la Rambla del Manjón, hasta confluir de nuevo con la acequia. Además, contaba con portichuelos, una serie de casas de recios muros de tapial que desde la Iglesia Mayor actuaban como cerco defensivo (la actual Cardenal Belluga) y hombres de guerra para defenderse.

Y las Reales Cédulas de la reina y su padre el rey, sirvieron sobremanera. Aquel enero de 1513, el galeón, o el bergantín, que pinta de ambos tenía e intentaba atacar la costa, fue interceptado y se le infringió un total de 44 bajas. Y el 16 de agosto los barcos españoles activos en las costas motrileñas, vencen a una fusta y arrestan a 16 musulmanes más.

Así, la mañana de vísperas del nacimiento de Cristo, Juana, temporalmente lúcida, ratifica y estampa de su mano los permisos y licencias pertinentes, con fecha del 24 de diciembre de 1513, para que Motril, como le concedieron sus abuelos los soberanos reyes Isabel y Fernando, volviera a tener jurisdicción sobre sí, sobre sus tierras, sobre sus impuestos, cargas y venta de sus productos.

Llegaba a conclusión la Iglesia nueva, vigorosa y rotunda, que Alonso Márquez bajo los continuos cuidados y vistos buenos del Vicario Herrera, estaba levantando. Se habían repuesto los lienzos de muralla, aumentado la población, recuperado parcialmente el cultivo de seda y recibidos hasta un total de nueve mercedes y reales cédulas con ventajosas noticias, dando así idea de que Motril, al sur del sur de los dominios hispanos, contaba para una viajera corona aposentada a veces en Aragón, otras en Castilla, y siempre, y hasta la mayoría del joven Carlos, en una celda oscura y aberrante de la fortaleza de Tordesillas, a poca distancia de Valladolid.

Una Imagen, menuda, bonita, grácil y de regio porte, protagonizaba idas y venidas desde las ruinas de Qalat-al-Horra (el Cerro) a la Iglesia de Santiago. Tal vez fueran ingeniosas maniobras del bachiller y vicario Herrera; tal vez portentosos sucesos en torno a una efigie sacra, que como el Motril de su tiempo, estaba empezando a “contar” y a hacerse “Cabeza del lugar”. Ella, de fe y de sustento emocional; Motril, de su comarca y de la punta marítima del reino de Granada.

Recibían las reales misivas el procurador motrileño Pedro Gómez de Rada, el alguacil Pedro de la Plata, el repartidor Pedro Patiño, el Vicario Gonzalo Hererra... ¿Será posible que la corte recibiera y enviara cartas a un Motril, que 500 años después, se antoja peor comunicado con respecto al resto de la vieja España? Lástima que no haya nuevas fortalezas como la de Tordesillas, para malos gobernantes.

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