jueves, 18 de noviembre de 2010

Memoria histórica irrecuperable

El emperador, hacía menos de dos meses que, a pesar de sus insultantes 20 años de edad, dirigía los designios del más vasto imperio antes soñado, con “cetro” en España. Desde Santiago de Compostela, llegaban a sus manos los documentos que daban fe de los problemas que acuciaban a sus tierras y súbditos, y ese 17 de mayo de 1520 el joven Carlos concede 18.000 ducados para la nueva muralla motrileña, que los tenía que dar Gonzalo Vázquez de Palma, pagador de la gente de guerra del Reino de Granada. Ducados que nunca llegarán a manos de Motril, como tantas otras promesas incumplidas que la historia se encarga de recordar como deudas de la nación contraídas con esta tierra.

Sólo tres años después, Motril disponía de 45.000 morales con los que recuperar progresivamente su esplendor sedero. Y tras 15 años largos de paz y de paulatino crecimiento de su población, finalizando 1522, una epidemia de peste acabaría con decenas de vecinos, hasta que el Cabildo se encomendó a San Sebastián, para cuando, en enero de 1523, en torno a la festividad del mártir, empezara a remitir la pandemia. Sin dilación, Motril a expensas de su Hermandad del Santísimo, costeó extramuros, una Ermita dedicada al santo, desde esta fecha, Patrón de los motrileños.

No se iba a despedir ese 1523 con fortuna para la villa; un ataque berberisco, siembra en octubre el miedo y la confusión, que aprovechan no pocos cristianos conversos, cristianos nuevos, para embarcar con los atacantes y pasarse al norte de África con sus correligionarios en la fe. Pero la productividad de la vega, los impuestos sobre el pescado y alimentos, aranceles, uso de la acequia y el asentamiento de comerciantes intrépidos como Pedro de Vitoria, dejaban momentos para la esperanza en los motrileños. No en balde, se habían fundado nuevas capellanías y se usaba ya el rico y ampuloso órgano de la Iglesia Mayor, ejecutado por Bartolomé Alguacil y Juan Palomares. Pero seguía siendo necesaria la muralla, y por eso el emperador, volvió a conceder 18.000 ducados para sus costes.

Dentro del nuevo Templo, conversa el caballero Ramiro de Toledo y el vicario Herrera:

-Es hermosísimo, digno, correcto y edificante.

-Así lo quisimos, y no deparamos en gasto alguno al encargárselo al maestro don Pedro. A fin de cuentas, los más de mil marjales con que se dotaron a esta Iglesia, permiten este estipendio para gloria de Nuestro Señor y para estímulo de sus hijos de Motril.

-Correcto, sin duda correcto, firme, colorido, bien dibujado. Toda una proeza de su creador, don Gonzalo. Toda una proeza la de ese tal Machuca.

-Figúrese que anda ya para cuatro años trabajando en la mismísima Capilla de los Reyes Católicos, en Granada, donde ha dejado un exquisito Tríptico de lo mejor que puede verse en ella.

-¿Y dice Su Merced que sobre este Retablo de pinturas, irá un Cristo Crucificado del tamaño de una persona?

-Así le dije y así se lo enseño. Aquí lo conocen como el Cristo de Guájar, dramático simulacro de Nuestro Señor. Por el momento, quiero que sea este el Retablo Mayor de nuestra Iglesia, para estímulo y enseñanza del que en ella entre.

-¿Pero es que otro puede ser el Retablo Mayor, que supere al que tenemos ante nos?

-Mi buen Ramiro, Dios siempre provee y si prolonga la vida de este su siervo, quién si no Él sabe que quiero dejar interesantes glorias de nuestra fe en esta Iglesia, que conozcan las generaciones venideras.

-Dice vuesencia, don Gonzalo, que lo ha pintado Pedro de Machuca, ¿verdad?

-Así le dije. Con él he trabado ya una amistad que espero sea fructífera para nos, Motril y las artes, que darán que hablar en los siglos que nos sigan. Y me han dicho que hasta es un capaz arquitecto. Y las piedras, sí que no se las lleva nadie. Tal vez algún día, deje un testimonio de su capacidad.

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